Pasó la Semana del Parto Respetado y como creo que es importante visibilizar esta experiencia, acá va mi aporte.
·Para cambiar el mundo primero hay que cambiar la manera de nacer·
Escucho esta frase cerca de mi fecha de parto.
No la entiendo realmente hasta que lo vivo.
Siempre tuve terror al parto o cesárea. Jamás entré a un quirófano, sólo estuve internada cuando tuve el aborto. Lo escribo y no lo puedo creer. El 2022 lo empecé y terminé en una clínica: en enero, por la noticia más dura y en diciembre por la razón más hermosa. Cómo sorprende la vida.
Doy con Juampi de comparto por recomendación de mi mejor amiga que tuvo 2 embarazos desafiantes y habla de su obstetra como un amigo al que invitaría todos los domingos a un asado. Me aferro a su consejo como si no hubiera opción. Soy de las personas que cree que el plan A funciona si no hay plan B.
Por la pérdida reciente me cuesta disfrutar este embarazo. Llego a Juampi en mi quinto mes en busca de contención emocional. Conocerlo es un oasis. Le comento a mi mamá y me dice: “Si te genera confianza, es con él. El obstetra decide si todo va mal así que tenés que sentirte segura que estás con quien mejor va a cuidar a vos y al bebé”.
Conecto mucho con la panza pero no soy de las mujeres que van a círculos de embarazadas o leen libros del tema. Por pedido de Juampi hago el curso de esferodinamia para conocer a las parteras. “No hay parto sin dolor pero se puede no sufrir. Las contracciones son olas que vienen, rompen y se van. La clave está en no oponer resistencia y saber surfearlas”, dice Steffi en una de las clases.
El acompañamiento que no da es con la información justa. En las últimas semanas, organiza reuniones virtuales para conocer al equipo -partera, neonatóloga, puericultora. No explican nada nuevo pero ordenan la data y nos preparan para distintos escenarios.
En la semana 36 Juampi me dice si quiero preguntarle algo porque básicamente evito el tema. Tengo miedo. Mucho. Ir a verlo es más terapia que una revisión médica. Le confieso que estoy aterrada. Me sugiere: “Hablá con amigas que hayan tenido una buena experiencia y nutrite de historias lindas. Solo se comenta lo feo pero te aseguro que hay un montón de partos increíbles sin contar”.
Las escucho. Sus relatos son fuertes e impresionantes. Todas coinciden en lo mismo: lo volverían a vivir. Ani me dice: “Si tenés la opción de partir, parí. Es alucinante”. Me da el empujón que estoy buscando.
Empieza diciembre y yo -semana 38- sin signos de parto. Los monitoreos dan bárbaro y sigo con mi ritmo de vida y trabajo. Al calor y caos habitual de fin de año, se suma el Mundial. Argentina sale campeón con un partido para la historia, justo el día de mi cumpleaños. Pasan los festejos y Navidad. La panza parece un globo a punto de reventar, en la calle me pregunten si tengo mellizos. No se me ocurre más intensidad para desencadenar un parto pero Torino está muy cómodo en su all inclusive.
Las contracciones empiezan casi en la semana 42 cuando estamos a una hora de casa, con mis viejos. No los quiero alarmar así que controlo el ritmo con la app sin decir nada. Con Tossu encaramos la vuelta esperando que la autopista no esté cargada. Avisamos a Juampi y a Steffi y nos dicen que lo tomemos con calma, que el proceso puede tomar horas, incluso días.
Llegamos a casa de noche y las contracciones ya son regulares. Nos quedamos en el living, las luces bajas, la playlist que armé de fondo. Ya identifico cuando está por venir una así que cierro los ojos, controlo la respiración y me entrego por completo a esa presión que me baja por la espalda. Uso la pelota de esferodinamia y le pido a Tossu que me acompañe con masajes en la cadera.
Pasan dos horas pero para mí fueron 20 minutos. De un momento a otro, la presión se convierte en una aguja que se clava en la pierna izquierda y baja como electricidad hasta el pie. Miro fijo a Tossu y por primera vez grito de dolor. Con mis aullidos de fondo llama a Stefy, nos dice salgamos para la clínica.
Lo que sigue es un video en cámara rápida.
Me cuesta parar, caminar requiere una concentración especial. Tossu quiere disimular los nervios pero antes de salir manotea cosas random en casa y se olvida las ventanas abiertas. Vuelve a cerrarlas, no vamos a volver por unos días.
Tossu manda un audio a la familia. En el auto voy recostada atrás, en el espacio que deja libre el huevito. De reojo, en el cielo negro veo un recorte contínuo de edificios y árboles. Cada semáforo en rojo me parece infinito. Le pido que los pase, pienso que puedo parir en cualquier momento.
El dolor es un animal a galope. La electricidad en la pierna es insoportable. Ya no surfeo ninguna ola. Atrás queda la respiración controlada y lo de no oponer resistencia. Me entrego al instinto y en cada contracción emito un rugido.
Llegamos en media hora y tiramos el auto frente a un paredón. Pido una silla de ruedas pero no hay tiempo. Dos mujeres se acercan y me sostienen de cada brazo. Camino con los ojos cerrados.
Sabemos exactamente qué tenemos que hacer. En un control, Juampi nos mostró el recorrido paso a paso por si llegamos en apuro -como está pasando-. La partera que nos recibe es Ani porque -nos cuenta- Stefy está en su cumpleaños.
Nos manda a cambiar. En la sala de parto hay varias personas que hacen cosas. El dolor que se irradia por la pierna es tan intenso que solo me sale putear. Por segunda vez me preguntan si quiero la Epidural, vuelvo a decir que sí de forma violenta.
Llega la anestesista y soy otra persona. Me dicen que Juampi está en camino. Ani propone romper bolsa para acelerar el proceso. Acabo de conocerla pero en ese momento, Ani es una red que me sostiene por completo.
Juampi llega con una sonrisa. En la sala solo quedamos él, Tossu, Ani y yo. Bajan las luces. Tossu pone una playlist. Es la madrugada del viernes 30 de diciembre y soy la única mujer pariendo en la Trinidad de Palermo.
Tossu me agarra la mano. Ani alienta. Juampi pide que puje. Pregunta si lo quiero recibir. Le digo que estoy aterrada. Me agarra los codos y me ayuda a inclinar. En un movimiento que siento ajeno agarro a mi bebé y lo llevo al pecho.
Mi mundo acaba de cambiar.
Mi mundo acaba de nacer.
Mi mundo se llama Torino.
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