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Foto del escritorAgustina Casal

CRÓNICA DEL EFECTO MARIPOSA




Es difícil saber cuál es la primera decisión que lleva a muchas otras pero estoy segura de que varias (o más bien sus consecuencias) ocurrieron ayer en esta clínica. Primero, cuando una chica -que ahora mira televisión- salió de cesárea y pidió que lleven a su hijo a la pareja que estaba en la habitación de al lado. Y después, cuando un hombre -ayer en el cuarto de al lado y ahora en el noticiero- dijo que era el padre del bebé y que él y su mujer se harían cargo.


La clínica queda en San Isidro, a pocos kilómetros de Capital y en uno de los barrios más caros de Buenos Aires. Una zona residencial de casonas con jardin y pileta; de avenidas anchas y arboladas. Cuando llegué el sol reflejaba el ventanal de todo el edificio. Caminé por los pasillos amplios y luminosos hasta el área de neonatología. El cuarto se parecía al de un hotel cinco estrellas: antesala con living, baño moderno, cama de plaza y media, sillón al fondo y ventana con vista al verde interminable del hipódromo.


De este lado de la cama, una médica escribía en una planilla; del otro, una mujer sentada sobre el sillón. Solo se oían máquinas y pitidos leves. Ella estaba acostada boca arriba, conectada al suero. Era morocha, ojos negros, cejas finitas y uñas comidas. Me llamó la atención lo joven que era. La doctora se fue y quedamos las tres.


-No lo vi, no quise. Pedí que se lo lleven al padre -me contestó en seco cuando le pregunté por su bebé. Habló tranquila y por su tonada me di cuenta que no era de Capital.


Tanto ella como su amiga miraban la tele con mucha concentración. En el noticiero hablaban de un allanamiento de película: en San Isidro -es decir, a unas cuadras de donde estábamos- habían descubierto una casa con una plantación inédita de marihuana.


Sin embargo, lo que llamaba la atención no sólo era el profesionalismo del cultivo sino otras cosas. Por un lado, el contraste con el barrio cheto: se trataba de una propiedad de más de medio millón de dólares, que adentro tenía una huerta digna de Pablo Escobar. Por el otro, el hallazgo no estaba relacionado al narcotráfico; podría decirse que fue casualidad pero -como no creo en el destino- prefiero decir que fue consecuencia de una serie de decisiones de sus dueños, una pareja de treinta y tantos años que -de esto me daría cuenta más tarde- estaba desesperada por tener un hijo.


Por eso la pareja había estado en esta clínica, en el cuarto al lado. Por eso apenas ella salió del quirófano, pidió que lleven el bebé al cuarto de al lado.


Tal vez por precaución, o prejuicio, los médicos dudaron. Querían más información así que revisaron papeles y vieron que la pareja se había hecho cargo de todos los gastos: en efectivo y por adelantado había pagado 60.000 pesos (en ese momento 5000 dólares) y que además -no entendían cómo- había alquilado una habitación en la clínica sin ninguna prescripción médica, es decir, como en un hotel.


De ahí en adelante todo pasa rápido: se abre una causa judicial, se pide prueba de ADN, el bebé queda en neonatología, la pareja se va de la clínica sin avisar, la policía allana su casa y además de todo lo anterior encuentran estudios de fertilidad, facturas médicas, ecografías y dos pasajes a Formosa.


Pero todo eso fue ayer. Ahora en la clínica intento conversar con una adolescente que eligió no ser mamá, estoy con ella pero en realidad también con muchas otras.


-¿Hace mucho estás acá? -pregunto.

-Desde ayer -hace una pausa y sigue -¿Vos pensás que el fin de semana vamos a poder volver?

-La verdad no lo sé -digo mientras pienso que es miércoles y que probablemente tengan para mucho más que un fin de semana acá -¿Tenés algo?

-No pero somos de Formosa. Estamos hace dos meses y ya nos queremos ir.

-¿Y qué hacés allá?

-Voy a la escuela. Bueno, este año tuve que dejar.

-¿Te gusta?

-No pero tengo que terminar sino me mata... -y hace una seña hacia el sillón. Me doy cuenta que esa mujer no es una amiga sino su mamá, lo único que hace es seguir las noticias y cada vez parece más preocupada.

-Y si… -digo e intento una sonrisa que no me sale -¿Te gustaría hacer algo después?

-Peluquería. Una conocida tiene un local y puedo trabajar con ella -frena y cambia el tono -y viajar. Ahora que viajé me doy cuenta que me gusta. Quisiera viajar mucho y siendo peluquera se puede, ¿o no má? -gira de nuevo al sillón pero su madre sigue hipnotizada con el noticiero.

-¿Los conocés? -pregunto mirando el televisor donde hablan de la narcopareja.

-Me los presentó un amigo que trabaja para él. A nosotras nos ayudaron mucho -vuelve a mirarme mientras con la cabeza apunta a la pantalla -¿Vos creés que la policía sabe algo más?


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