Pienso en vos y te veo sentado a la mesa redonda de la cocina, Ale prepara la cena, Sevag con la computadora y Alin con su guitarra. Así eran nuestras cenas. Cómo me divertía cuando hablábamos de política.… Alín, con su tranquilidad y su mirada de ‘uds-no-entienden-nada’, decía sobre el socialismo que esto y aquello, y vos y Sevag se ponían nerviosos. Vos movías las manos, con las dedos abiertos y tensos, de un lado a otro; te agarrabas la cabeza y decías resignado “Ay, Alin, Alin…”, y sobre tu mantel individual ordenabas en hilera las bolitas de papel que habías hecho con una servilleta.
No sé por qué festejamos o conmemoramos los ciclos; porqué hoy, en lugar del fin de semana pasado –por ejemplo-, te recordamos si la única diferencia es de 348 a 365 días desde que te fuiste. No sé, a mí me duele igual todos los días, no importa la fecha o la cantidad de tiempo. Me dolió en Año Nuevo, en el cumpleaños de Alin, en la recibida de Sevag, también en la mía, en el Día del Padre y en el de La Madre, en el del Amigo.
Justamente a mi Viejo se le fue un amigo hermano que le robó, además, parte de su infancia, de sus primeras anécdotas, del colegio, de sus padres (fuiste una de las pocas personas que me hablaba de mi abuela -que nunca conocí- y me encantaba), de sus locuras de cuando eran pibes… Ahí me di cuenta que aunque él, mucho antes, ya te había elegido como hermano yo también te adopté como tío.
Tengo esa imagen y sonrío. Y adentro mío me duele algo que no sabía que existía y, te confieso, que un poco lloro. Pero no es un dolor insoportable sino inexplicable; no se trata de la cantidad sino de lo profundo que calaste en alguna parte mía que ni yo sabía se podía llegar tan hondo. Y si bien es raro, eso me muestra que te quiero, que es real, que es fuerte, que no importa qué haya pasado; yo te sigo eligiendo.
Con vos me pasa algo curioso. Siento que, de alguna forma, te debo algo. Sí, porque hoy mi vida la comparto todos los días con Andrés, compartimos un amor imposible de comprender ante los ojos de quien no lo sienta. Creo que hay sentimientos para los que todavía no se inventaron palabras que los puedan describir de manera precisa entonces apelo a la empatía. Por eso, a veces ni me esfuerzo en explicar qué es Andrés para mí porque no podría transmitirlo a través de palabras; sólo me entendería quien lo sienta y quien no, por más que intente explicárselo, me quedaría corta.
Con vos me pasa parecido. Cuando intento verbalizar qué o dónde me duele creo que sólo van a entenderme quienes también lo sienten. A veces me considero egoísta porque siento tu ausencia muy adentro, muy mía, y sé que sería egoísta pensarte desde mi perspectiva porque hay personas a las que les pertenecés mucho más que a mí. Sería injusto adueñarme de ese dolor.
Pasa que vos hiciste muchísimo por mí nosotros. Porque cuando empecé con la locura de ir a Irlanda, de irme un poco a la mierda y otro poco a conocer a quien–creía- valdría la pena (y no me equivoqué), a vos fue a quien mi Viejo le preguntó, en quien confió, de quien escuchó “Andrés es buen pibe”. Y no necesitó más para apoyarme en mi locura.
Muchas veces me pregunto cómo sería mi vida hoy –ahora- si vos no me hubieses dado ese empujoncito, sino hubieras levantado tu pulgar de aprobación. Tal vez me hubiera ido igual, a mi manera y con menos apoyo. O tal vez, no y mi historia sería otra. Quién sabe.
Esa es una idea que vuela seguido por la cabeza. Por eso siento que te ‘debo’ algo. Porque mi realidad cambió, y mucho, y vos tenés todo que ver con eso. Porque cuando les comenté a mis viejos que el chico que había conocido era armenio me dijeron: “Son buena gente”, vos y tu familia eran el parámetro; porque cuando tenía 13 años y mi Viejo vio en mi agenda que había escrito el teléfono de la tu casa como “Alin la armeÑa”, se rio y me explicó qué significaba ser armenio; porque era divertido que, además, seamos vecinos y cruzarme a tu familia en cualquier restorán o calle de la zona; porque cuando hablé por primera vez con Andrés y me dijo su apellido automáticamente le contesté: “Ah, sos armenio: kentak, bachig, hacen eso del huevo y la cuchara en Pascuas y tienen otra fecha para Navidad”, sonreí, él se rio y me preguntó de dónde lo había sacado y, orgullosa, le contesté que una familia armenia era muy amiga de la mía.
Pero, sobre todo, porque cuando empecé mi historia con Andrés me imaginé que con vos hoy estaríamos más cerca que nunca, compartiendo un día a día muy similar. Todavía me acuerdo que, cuando volví a Argentina, antes de ver a mis amigas o familiares, esa tarde con Andrés fuimos a la clínica. Mi Vieja todavía no sabía que habíamos vuelto de sorpresa dos días antes. Entramos y subimos hasta tu habitación, me pareció raro no cruzarme con Ale o los chicos antes (pero sin querer habíamos entrado por otro lado) así que, aunque no era el horario de visita, me acerqué al mostrador para pedirle a la enfermera que te avisara antes de visitarte porque estabas recién operado.
En cambio, vos nos sorprendiste a nosotros: apareciste caminando, con la bata blanca, las pantuflas, unos cuantos kilos menos, a lo lejos del pasillo con el suero en la mano. “Salí a pasear a Bobby”, dijiste mientras nos reíamos de cómo habías bautizado al suero con tu humor negro e irreverente. Nos abrazamos, sonreímos y hablamos del viaje, del mundo, de Argentina, de la familia. Ese momento sí que es mío y de nadie más.
Más tarde, mi Mamá entró a la clínica y le costó reconocerme; no entendía cómo estaba parada frente a ella en ese hall cuando debía estar en Dublín. No es casualidad –sino destino- que mi reencuentro con ella haya sido ahí, por vos, con vos; siempre estuviste en el medio de todo esto que hoy me nos pasa.
También me acuerdo que Sevag te obligaba ayudaba a hacer los ejercicios y te movía las piernas, si vieras qué bien está con Dani sé que estarías orgulloso, es un hombre. Alín te cantaba e intentaba tratarte como si nada pasara, le costó asumir que la internación podía no ser pasajero; hoy está en la Tierra y en la sangre que vos le regalaste buscando su camino. Ale (¡qué puedo contarte de esta mujer que no sepas!) es un soldado con una integridad y una entereza admirable, con una fuerza inversamente proporcional a su tamaño; y aunque le falta una mitad también la siento libre.
Me acuerdo que una vuelta en la clínica te miré a los ojos, te agradecí y traté de no emocionarme porque odio las despedidas (Odio, con mayúscula). No fue por algo en particular sino por todo esto que te cuento. Nunca lo pude hablar directamente con vos porque lo importante cedió ante lo urgente. Y mientras vos hacías chistes sobre los rayos, la quimio, el agua que te daban en la clínica que no podías ni ver, la bandeja de la comida que pedías ni te acerquen porque eso no era comida... (dije ‘mientras’ como para hacer un paralelismo entre tu tratamiento y otras cosas y me doy cuenta que no tiene sentido). No sé, todo pasó tan rápido... Nunca –nunca- voy a olvidar El Abrazo que me dio mi Viejo ese puto día.
Las cosas cambiaron. Y, te repito, me siento egoísta adueñándome de tu ausencia. No me duele el pasado, el no haber compartido más tiempo con vos, sino el presente y el futuro, todos esos momentos que van a pasar y me gustaría comentarte. No es una cuestión de cantidad sino de calidad lo que reclamo.
Hace unas semanas con Andrés estuvimos en el Lago Mascardi y lo primero que me dijo cuando llegamos fue “Acá está Dany”. Claro que lloré; me dolés mucho más seguido de lo que pensé pero no es un llanto eufórico y descontrolado es más bien liberador, genuino, real, porque lloro, sonrío y te encuentro en algún recuerdo. Ahí te vi pescando con mi Viejo, en la inmensidad del lago, entre las montañas y el agua transparente. Un poco te envidié, elegiste un lugar hermoso para descansar y para obligarnos a visitarte de vez en cuando.
No te voy a mentir (bah, vos ya lo sabés mejor que yo), la vida sigue. Mejor dicho, la rutina sigue, porque muy pocos momentos somos conscientes de que estamos vivos. Yo no creo en Dios (no en uno humanizado, único y todopoderoso), prefiero creer en el destino y en el camino que cada uno transita. No creo en la reencarnación pero sí en el alma y en la energía (porque somos cuerpo-y-alma). ¿Adónde va esa energía cuando la máquina (el cuerpo) en la que la llevamos se apaga? Yo, de tu alma, me guardé un poco.
Andrés, apenas empezamos a salir, me deseó algo muy sencillo y sabio a la vez que me dejó pensando: “No sé qué vamos a llegar a ser ni adónde vamos a terminar, la idea no es que uno se adhiera a la vida del otro sino que cada uno haga su camino y que los vayamos cruzando”, y lo graficó con un movimiento en zigzag con sus manos. Sabés qué Dany, mi vida se sigue cruzando mucho con la tuya, muy seguido. Por eso te hablo, por eso te pienso, por eso entro a tu Facebook, por eso te lloro, por eso te escribo, por eso te elijo, por eso sigo compartiendo –mentalmente- mis novedades con vos.
Te Quiero (con mayúsculas). Y como expliqué al principio, esa palabra no refleja lo que siento, sólo se aproxima. Quienes empaticen con lo que siento, sólo ellos, van a entender cuánto significa ese Te Quiero.
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